En los últimos tiempos, con la crisis, se
han multiplicado las críticas al ejercicio de la caridad cristiana. Se la acusa
de soberbia, de situarse en una posición de superioridad respecto a la persona
necesitada, y se la contrapone a la solidaridad social, que ayuda en igualdad
de condiciones. Eduardo Galeano decía que “La caridad es humillante porque se
ejerce verticalmente y desde arriba; la solidaridad es horizontal e implica
respeto mutuo.” Pero, ¿están en lo cierto o se trata tan sólo de una confusión?
¿Qué significan realmente estos conceptos?
Solidaridad tiene su origen en la
palabra solidus, que se refería al
todo. Según el diccionario Perseus, solidus
es indiviso, todo, completo, entero. Si
atendemos a su origen, solidaridad se
entiende enmarcado en dos universos significativos: a) la construcción, en
referencia a algo construido de manera sólida, y b) el derecho romano, en
referencia a las obligaciones contraídas in
solidum, mancomunadamente. De esto modo, la solidaridad hace referencia,
por un lado, a la totalidad en que las partes están trabadas y no tienen sentido
sino en relación al todo, y por otro, a la concreción de esa realidad en la
comunidad humana, en la que la obligación solidaria se entiende como una
obligación de todos. De aquí puede derivar el concepto que hoy manejamos de
solidaridad, que trataría de entender la necesidad de los individuos como
responsabilidad de todos. La solidaridad tiene un sentido profundamente
colectivista, en la que el individuo debe sacrificarse en pos de la comunidad,
y está emparentada con la responsabilidad de la totalidad para con la parte, y
la parte para con la totalidad. Está más vinculada a la acción política, a la
asistencia que da el Estado como totalidad al ciudadano como parte.
La caridad es, como bien señalan sus
detractores, muy diferente. En la RAE se la define en primer lugar como la
virtud teologal cristiana de amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo
como a sí mismo. También se hace uso curiosamente del término ‘solidaridad’: caridad
es “actitud solidaria con el sufrimiento ajeno”. Pero en ningún momento se la
compara a la compasión, o a una relación vertical entre limosnero y necesitado
en los términos en que se expresaba Galeano. Más bien se la define como amar al
prójimo como a uno mismo, lo que implica una relación de igualdad, siquiera en el
plano teórico. Etimológicamente, caridad viene del latín ‘caritas’, que
significa amor y viene del término ‘carus’, que significa preciado, querido. A su
vez deriva del griego χάριτες (járites), que significa ‘gracias’, que deriva de
χάρις (járis), que significa ‘gracia, atractivo, encanto, hermosura, donaire, garbo,
elegancia’, y que luego en el cristianismo se acuñó con un sentido metafísico:
gracia divina, dádiva de Dios. El amor es la gracia de Dios para con los
hombres. Pero el sentido más literal de caridad es amor, un amor no meramente
carnal, sino un amor anclado en la verdad (caritas
in veritate). De hecho, en griego se dice ἀγάπη (agápe), que cobra un
sentido espiritual al oponerse a ἔρος (éros), que es amor en sentido
carnal. Y la definición más conseguida de la caridad es el discurso del amor
que hace San Pablo en el capítulo XIII de la primera carta a los corintios: La caridad (ἀγάπη) es paciente, es
servicial; la caridad no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe; es
decorosa; no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se
alegra de la injusticia, se alegra con la verdad. La caridad todo lo excusa,
todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. La caridad está expresada
sin palabras en la cruz, donde podemos sentir lo que dijo san Juan: porque tanto amó Dios al mundo que dio a su
Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga
vida eterna. También lo quiso expresar san Agustín diciendo que "la medida
del amor es amar sin medida".
Y después de tanta teoría, cabe
preguntar: ¿realmente se pone en práctica esta teoría, o sucede más bien el
humillante ejercicio vertical del que hablaba Galeano? Desde luego, es una
cuestión que tiene que ver con la acción de personas particulares, pero no es
lo que se promueve desde las organizaciones caritativas. En una diócesis concreta,
Cáritas ha hecho recientemente un
análisis de la realidad que le rodea, y se ha propuesto, entre otras cosas,
poner en el centro a la persona y su dignidad, buscar las contradicciones del
sistema y, empezando por la propia transformación, promover cambios en el
comportamiento y las actitudes de las personas, así como en las estructuras sociales,
hacia postulados de justicia, igualdad real y libertad, poniéndole rostro a los
números y comprometiéndose con la realidad. El ejercicio de la caridad, a
diferencia de la solidaridad, se da en la cercanía, es personal, pero a la vez
tiene amplitud de miras para adoptar visiones globales. La caridad se ejerce
actualmente tanto en Cáritas como en
otras asociaciones que a pesar de ello prefieren acuñar el término ‘solidaridad’,
así como por parte de personas particulares no incluidas en ninguna organización. Toda relación de verdadero amor, incluído el matrimonio, está basada en la caridad.
Por último, aparte de estas críticas
que hemos mencionado al amor (caritas),
hay otra que se le hace desde una postura marxista. Se la hace hermana del estado
neoliberal, de tal manera que el estado se hace cargo del monopolio de la violencia y la función
administrativa y jurídica, y la Iglesia de la asistencia social. Esta acusación
es aguda, pero incierta. A este respecto, Benedicto XVI distingue claramente estado
de Iglesia, y señala que “La Iglesia no puede ni debe emprender por cuenta
propia la empresa política de realizar la sociedad más justa posible. No puede
ni debe sustituir al estado. Pero tampoco puede ni debe quedarse al margen de
la lucha por la justicia.” (Deus caritas
est, 28). Sin embargo, el ejercicio de la caridad no pierde su sentido cuando
la asistencia social por parte del estado es completa, porque el estado sólo
puede dar sustento material, y el hombre no sólo vive de pan. El amor sólo se
da entre personas, entre iguales, y seguirá siendo necesario aunque la
justicia sea total, porque el amor va más allá de la justicia. Por otro lado,
en la misma encíclica defendió que el Estado, como forma de organización
política y social, es temporal. Es decir, no es algo ya terminado, el culmen de
un proceso histórico de evolución, como nos lo intentan transmitir a veces en
la enseñanza reglada. De modo que no es cierto que el ejercicio de la caridad consolide ningún modelo concreto de estado. Cada generación tiene la tarea de emprender la
organización social y económica como lo estime oportuno, siempre que quede
enmarcada en parámetros de justicia. Benedicto repite esta idea varias veces en
sus encíclicas: “la construcción de un orden social y estatal justo, mediante el
cual se da a cada uno lo que le corresponde, es una tarea fundamental que debe
afrontar de nuevo cada generación.” (Deus
caritas est, 28).
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