domingo, 25 de enero de 2015

La burla y la represión

   


    Los recientes atentados a la sede de Charlie Hebdo en París han dado mucho que hablar y han generado serios debates. El más difundido es aquel que enfrenta a la libertad de expresión y a la libertad religiosa, dividiendo a la gente entre las consignas "Je suis Charlie" y "Je ne suis pas Charlie". Los primeros defienden la burla de la revista como libertad de expresión y los segundos señalan que estas burlas en cuestión sobrepasan un límite a partir del cual ya no podemos hablar de libertad de expresión. En cualquier caso, no es ésta la discusión en la que pretendo entrar en esta entrada, sino en las consecuentes respuestas que han tenido estos hechos en diversos puntos del planeta. En primer lugar, no se han hecho esperar las respuestas de los que se identifican con el semanario con nuevas viñetas burlescas. Como respuesta a estas nuevas viñetas, muchos musulmanes han salido en muchos países de mayoría musulmana tomando represalias contra las iglesias cristianas. El caso más crudo tal vez sea el de Níger, donde quemaron y saquearon siete iglesias al grito de "Allàh es grande", además de hacer lo propio con tiendas y edificios de propietarios cristianos. Es una prueba más de que la violencia engendra violencia. La consecuencia es que los cristianos resultan doblemente víctimas: en Occidente se burlan de ellos y en el mundo islámico los hacen culpables de estas burlas y hacen uso de la violencia contra ellos. Esto me ha llevado a reflexionar acerca de la relación entre la burla y la represión.

     Respecto a las burlas del tipo de las de Charlie Hebdo, se me ha ocurrido pensar que subyace una ideología determinada. Walter Benjamin, en el ámbito de la filosofía del arte, acuñó el término "aura" para referirse a ese aspecto irracional de las obras de arte que han provocado que su contemplación adquiera un carácter excesivamente vertical, de reverencia del contemplante a la obra en cuestión, que es sacralizada. Para acabar con esa lejanía y comprender el arte, que no es sagrado por esencia, Benjamin propone "democratizarlo" a través de la ironía. En cierto sentido la ideología que subyace a la burla de Charlie Hebdo es la misma: democratizan la sociedad quitando importancia y desacralizando aquello que genera actitudes serviles y de dominio, antagónicas de la democracia. Y ven que la religión tiene precisamente ese objeto, cosa que por cierto no debe extrañarnos porque está muy difundida en nuestros días, sobre todo en las amplias subculturas de los que tienen una cierta formación intelectual. De este modo, viñetas como las de Charlie Hebdo pretenden ironizar lo que otros consideran sagrado, para liberar al hombre de estas estructuras irracionales que le hacen adoptar actitudes serviles y, por tanto, ser más manejables por el poder. Se entiende que es una burla que no quita dignidad, sino que, al contrario, la otorga, porque hacen que la democracia sea real. Y esto sería así ciertamente si no hubiera tres premisas erróneas en su fondo: 1) Lo sagrado no existe (al menos en este mundo); 2) Lo sagrado crea una relación amo-siervo que promueve una estructura social injusta y una política de dominio despótico; y 3) la sublimación religiosa que puede experimentar un hombre es irreal y, a pesar de que parece que tiene efectos favorables en su psicología, lo lleva a desviar su atención de la libertad y favorece, de este modo, la estructura injusta. Que estas premisas son prejuicios es algo en lo que no me voy a detener. Y no es que sólo sean prejuicios, sino que si se intenta explicar la totalidad de la realidad a través de ellas, nos encontraremos con argumentos que tratan de imponer un sistema totalitario. 

     Es el momento de hablar de la represión. Hemos mencionado que los cristianos son doblemente víctimas, porque por un lado se burlan de ellos (Charlie Hebdo es precisamente un ejemplo) y por otro se los castiga físicamente en países de mayoría musulmana. Ésta última es una represión externa, ya que se centran en lo físico, contra lo que ejercen violencia. Es la más visible y, aparentemente, la más dañina. Sin embargo, resistir a este tipo de represión tiene algo de heroico, y esto sucede porque el que resiste considera que la dignidad de su ser estriba en que está más en lo moral que en lo físico. De ahí la valentía de san Esteban, por ejemplo, que justo antes de morir lapidado, clamó con excelsa dignidad: "Señor, perdónalos, no les tengas esto en cuenta". Sin embargo, la burla de la que los cristianos -y musulmanes- son objeto en Occidente provoca un tipo de represión que es interna, pues no afecta a la integridad física, sino a la moral. El ataque trasciende lo puramente físico y va justo a donde los cristianos depositan su valor como humanos. En otras palabras, el daño no es físico, sino psicológico. El daño físico derrama sangre; el daño moral, lágrimas. Ante la represión física es más sencillo mantener la dignidad a pesar del sufrimiento, mientras que la represión moral menoscaba precisamente la dignidad de la persona. Frente a la represión física se puede responder con cobardía o heroica valentía; frente a la represión moral con paciencia... o con vergüenza. R. Lauth, tratando la cuestión del inconsciente en una obra sobre Dostoievski, señala que "la causa de la represión es el miedo ante una fuerte minusvaloración social o íntima de la propia persona. Sintomático de ello es la vergüenza, cuya esencia, después de todo, consiste entre otras cosas en prevenir la minusvaloración, anunciando su posibilidad y apartándose de ella."

     Esto nos lleva a las tesis de dos autores contemporáneos que reflexionan sobre ello y llegan a conclusiones muy parecidas. Dostoievski, quien en su ingente obra literaria y filosófica llevó a cabo un profundo y sincero análisis de la psicología y la conciencia humanas, descubrió, como Freud, que existe un estrato que subyace a la conciencia y que es, además, mucho mayor que ésta. Pero, a diferencia de Freud, no redujo el inconsciente a un contenido unitario de carácter biológico, sino que lo concibió de manera más compleja, dividiendo el inconsciente en cuatro regiones distintas. La primera región del inconsciente es equivalente al inconsciente freudiano. La segunda es la región pre-personal del inconsciente (según lo llama Lauth), y es similar al inconsciente colectivo de Jung en tanto que crea mitos. La tercera región es el inconsciente anamnésico, cuyo objeto es intuir algunas realidades prenatales o futuras. Y la cuarta, quizá la más llamativa, es el inconsciente "paradisíaco", según lo llama el propio escritor ruso, o supraconsciente, según su intérprete Berdiáev, que alude a un nivel de conciencia superior. Hay dos aspectos interesantes respecto a la teoría del escritor ruso: 1) Dostoievski contempla la posibilidad de profetizar, cosa que, por otro lado, no debería sernos extraña, ya que suele darse muy a menudo. El propio Dostoievski, así como Viktor Frankl, del que hablaré ahora, son profetas de su tiempo en tanto que intuyeron de manera casi exacta la realidad en que vivimos. 2) Dostoievski, si bien usa la palabra "inconsciente", no lo sustantiviza, sino que para ello usa la palabra "corazón". Esto no nos sugeriría nada si no supiéramos las connotaciones espirituales que presenta el término en la tradición ortodoxa. El inconsciente paradisíaco de Dostoievski es similar al inconsciente espiritual de Viktor Frankl; el escritor ruso lo sitúa en el corazón, el psiquiatra vienés en el espíritu (νοῦς). Es en esta dimensión del alma humana donde tiene lugar uno de los rasgos principales del ser humano: la autotrascendencia de su conciencia. En otras palabras, el hombre intuye la trascendencia y, en este sentido, es esencialmente religioso. La identidad del hombre, entendido en el sentido fuerte, está en esta dimensión. Es aquí donde se guardan los contenidos espirituales del hombre, los anhelos de trascendentalidad que son inherentes a la existencia humana. Y, volviendo al principio, es el blanco de la burla occidental de lo religioso, cuyo contenido es reprimido en el inconsciente por vergüenza o, incluso, por miedo a la propia minusvaloración íntima. Y es que, como decía Viktor Frankl, el tema tabú de este siglo no es ya el sexo, como en el siglo XIX, sino la religiosidad. Porque, para seguir parafraseando al vienés, "dentro de cada hombre hay un ángel reprimido".