Ya comentamos en la anterior entrada que
la filosofía que se generó alrededor de los debates cristológicos nos ha legado
un análisis minucioso del hombre, desarrollado por algunos autores que se
adentraron en las profundidades de la existencia humana. Uno de ellos, en el
que normalmente me baso, es San Máximo el Confesor, quien combatió en el siglo
VII contra la herejía monotelita. En sus categorías antropológicas me basé para
distinguir en el hombre dos tipos de sentido: el sentido natural y el sentido
personal, según pertenezca a la naturaleza o a la persona. En esta entrada nos
vamos a detener en el sentido natural: todos, en cuanto humanos, recibimos una
vocación de felicidad.
Máximo distingue dos voluntades en el
hombre, según corresponda a la naturaleza (φύσις) o a la persona (ὑπόστασις). Hay,
por tanto, una voluntad natural (θέλημα φυσικόν) y una voluntad personal, también
conocida como voluntad gnómica, por el término griego γνώμη (gnóme), que
significa disposición del ánimo. Pero hoy nos detenemos en la vocación que el
hombre posee por naturaleza, el fin de la existencia humana en tanto que humana,
que ya comentamos en El sentido, la naturaleza y la persona que es la
felicidad. Máximo usa la expresión λόγος τῆς φύσεως (lógos tés físeos) para
referirse al lógos de la naturaleza o, en otras palabras, el sentido de la naturaleza.
Es decir, lo que nosotros aquí denominamos sentido natural. Y a este sentido
accede el hombre por una tendencia que alberga en sí por naturaleza hacia dicha
culminación: la voluntad natural. Por tanto, resumiendo, hay en el hombre dos
órdenes, el de la persona y el de la naturaleza; correspondiente al orden de la
naturaleza poseemos una voluntad natural que tiende hacia el sentido natural.
Pero, ¿cuál es el “lugar del sentido
natural”? Porque nos quedamos en definiciones algo abstractas que no nos dicen
mucho para el día a día. Es necesario recordar a este punto que el sentido
natural, al corresponder a la naturaleza humana, es común a todos los hombres y
mujeres, por lo que no alcanzaremos la concreción que sí alcanzaríamos si
tratásemos el sentido personal. Pero no obstante, hay que decir algo más acerca
de esta voluntad natural que tiende hacia la plenitud del hombre en la
culminación del sentido de la existencia humana. Máximo nos abre el camino hacia
la comprensión del objeto de voluntad de la naturaleza: “la voluntad natural (…)
es una potencia deseosa (…) de realizar su plena y natural entidad” (PG 091,
12CD) y “tiene por objeto dirigir la naturaleza hacia lo que es” (PG 091, 192B).
Por tanto, aún no somos del todo según la naturaleza: el hombre debe realizarse
naturalmente hacia un estado de plenitud natural. Ese estado de plenitud
natural es la felicidad plena, y ésta constituye el lugar del sentido natural.
Y ahora, ¿cuál es el “lugar de la
felicidad”? 1) El amor, sentirse profundamente amados, conscientes de que hemos
sido creados con una voluntad, y amar sin miedos a la creación entera. 2) La
esperanza que, fortificada por la fe, trae a la presencia los bienes eternos
aunque éstos estén ausentes (La esperanza y la presencia). La teología
oriental nos ilumina con su distinción entre energías increadas de Dios y su
esencia inefable. El amor, uno de los elementos presentes en el ejercicio del
sentido natural, en latín se dice ‘caritas’, que a su vez está emparentado con
el griego χάρις (járis), que significa gracia, en latín ‘gratia’, de donde
viene nuestra palabra 'gratis'. La gratuidad es signo del verdadero amor, por eso
Dios nos derrama sus dones de gracia por amor: las energías increadas. Sentir
derramarse sobre nosotros sus energías es sentir la presencia de su amor
incondicional. Las energías divinas son los bienes eternos que la esperanza,
fortificada por la luz de la fe, trae a la presencia. ¿Cuáles son estos bienes
eternos, estas energías divinas? Son los nombres divinos a los que Dionisio
Areopagita se refería en su tratado Sobre
los nombres divinos, formas de identificar a Dios por sus dones increados,
por sus rayos de divinidad: el Bien, la Luz, la Belleza, la Verdad, la Vida, el
Ser y todos los que la Sagrada Escritura le atribuye.
Concluyendo, el lugar del sentido
natural son las energías increadas, que son venidas a nosotros por la gracia y
en las cuales nos sentimos incondicionalmente amados, y que por la esperanza y
la fe hacemos más presentes, más visibles, más palpables, hasta
llenarnos de ellas y sentirnos plenamente realizados en nuestro sentido natural y, por tanto,
plenamente felices.