Si bien nos han contado que es en el
Renacimiento cuando el problema del hombre se hace central, no es menos cierto
que durante la Alta Edad Media, en los debates cristológicos, se llevó a cabo
un profundo análisis de la existencia humana. Estos desarrollos teológicos y
filosóficos nos legan una amplia gama de categorías que nos pueden ser de gran
utilidad para adentrarnos en el problema del sentido de la existencia humana,
de cara a abarcar todos los ámbitos que intrínsecamente pertenecen al hombre.
La distinción entre naturaleza (οὐσία)
y persona (ὑπόστασις) es fundamental: la naturaleza es aquello que todos los
humanos, por el mero hecho de serlo, llevamos en nuestro ser, mientras que la
persona es la particularización o puesta en acto de esa naturaleza en cada una
de las existencias. En otras palabras, la naturaleza es lo común y la persona
es lo particular. Hay una armonía entre naturaleza y persona: ambas tienen
sentido, y sus sentidos están estrechamente vinculados, pero son
diferenciables. Llamémosles sentido natural y sentido personal o hipostático.
Si hemos dicho que la naturaleza es lo común a todos los hombres, entonces el
sentido natural es el mismo en todos y cada uno de los hombres. Podríamos
definir el sentido natural como la vocación que todos tenemos a ser felices. Y
esto tiene lugar por el concurso de dos elementos: 1) el amor, sentirse amados
de manera definitiva y sin condiciones, y 2) la esperanza, que, fortificada por
la fe, trae a la presencia los bienes eternos aunque éstos estén ausentes. Además,
una de las propiedades de la naturaleza es poseer una voluntad vinculada a
ella, llamada voluntad natural (θέλημα φυσικόν), que alude a la tendencia que
todos los hombres tenemos a la autoconservación y al desarrollo y plenificación
de todas las facultades y potencialidades naturales. No obstante, la mejor
manera de definir el sentido natural es, a mi modo de ver, la vocación de
felicidad que todos albergamos en nuestro ser.
Además del natural, hay otro sentido,
vinculado pero distinto, que es el sentido personal. Si el sentido natural
aludía a la vocación de felicidad presente en todos los hombres de igual
manera, el sentido personal alude al modo de ser feliz de cada persona
particular. Dicho de otra manera, el modo personal de poner en acto el sentido
natural. Todos están llamados a ser felices, pero cada uno lo es según su
propio modo de existencia (τρόπος τῆς ὑπάρξεως). Para entenderlo sin más
preámbulos: es lo que habitualmente llamamos “vocación”.
Según Viktor Frankl, el sentido no puede darse, sino que debe descubrirse
(digamos que está ya dado, está ahí), debe
descubrirse, pero no puede inventarse y no
sólo debe, sino que puede encontrarse. Y de esto concluimos que el sentido existe y podemos encontrarlo. Algunos, exacerbando su ansia de libertad,
han denostado estas afirmaciones porque consideran que para salvaguardar la
libertad humana, el sentido debe ser inventado, debe proceder de la profunda
libertad creativa de cada hombre. El error de esta posición estriba en dos
puntos: 1) considera que la libertad creativa es la única libertad verdadera, y
2) concibe como imposición todo cuanto no haya inventado el propio sujeto. En
efecto, la libertad es un don tan complejo que no podemos reducirla a libertad
de creación, sino que tiene múltiples aspectos. Y el sentido, aunque no haya
sido inventado, no es ajeno a nuestra persona ni a nuestra naturaleza. A nadie
he visto quejarse, salvo que muestre síntomas de algún tipo de neurosis o cierto
masoquismo, de querer ser felices por naturaleza, sin que haya sido decidido
previamente con libre albedrío. ¡Nos han impuesto en última instancia que
seamos felices! ¡Qué barbaridad! Por otro lado, cada uno se siente impulsado
interiormente hacia un tipo de actividad concreta distinta, o al menos siente
rechazo por otras actividades. En materia de enseñanza, ya desde jovenzuelos, nos
vemos obligados a decidir si entramos en el bachillerato de letras o en el de
ciencias, y luego debemos decidir qué estudios universitarios elegimos; también
desde pequeños, a un nivel aún más elemental, debemos elegir si queremos
continuar con los estudios o preferimos iniciarnos en cualquier profesión que
no requiera de una formación universitaria. En estos momentos no debemos
inventar ni decidir independientemente de nuestra voluntad a qué dedicarnos,
sino intentar descubrir nuestra vocación. Si nos entra pavor cada vez que se
acerca la hora de la lección de matemáticas, entonces sería una decisión
errónea dedicarnos a éstas, y si cuando estamos en vacaciones nos da por
traducir textos del latín al español por puro placer, entonces ya tenemos
pistas para descubrir nuestra vocación personal. Todos entendemos que en esto
consiste la vocación, y a ninguna persona sana se le ocurre rebelarse contra
esta vocación como si fuera una imposición dictatorial, pues no nos es ajena. Y
sin embargo, está ahí, no nos la inventamos ni nos la dan los demás, y podemos
descubrirla. Y siendo así, aún nos es posible rebelarnos contra ella, aunque
esta posibilidad sea absurda, porque somos libres de elegir dar coces al
cristal con el aguijón y dirigir nuestra disposición de ánimo contra natura, es decir, contra nuestra
propia felicidad.
Vocación es llamada, y la llamada es
diálogo, con lo cual para que exista hace falta el concurso del que llama y el
que es llamado. Dado que nosotros no inventamos ni damos el sentido a nuestra
existencia personal, sino que debemos descubrirlo, este sentido debe haber sido
dado ya desde el principio. Esto es, la existencia del sentido natural y del
sentido personal implica necesariamente la existencia de Dios entendido como un
creador trascendente y personal, con voluntad. Y el sentido natural sería así el
propósito que tiene Dios para la humanidad, y el sentido personal la voluntad
de Dios para con cada persona en concreto. Si es así, si la voluntad de Dios es
que seamos felices y nos ha dado el modo de hacerlo y la libertad para
encontrarlo y asumirlo… ¡qué Dios tan maravilloso!
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