domingo, 15 de diciembre de 2013

El lógos y el sentido

Viktor Frankl defendió que lo propio del hombre es la voluntad de sentido, y a partir de esta premisa elaboró una teoría psicoterapéutica, fundando la llamada tercera escuela vienesa. El nombre que Frankl dio a su teoría es interesante: logoterapia. Con Logoterapia quería decir "terapia del sentido", identificando "lógos" con "sentido". Habitualmente nos han traducido esta palabra griega por "razón", si estamos en un contexto filosófico, o "palabra", si estamos en un contexto religioso o filológico, pero no es usual que se entienda como sentido. No obstante, la palabra "lógos" ha adquirido este significado mucho antes de que se lo diera Frankl. En la Alta Edad Media, los Padres griegos tardíos hicieron esta identificación, y fundamentalmente San Máximo el Confesor, que en el siglo VII elaboró una doctrina acerca del lógos que tiene un fuerte carácter existencial.

San Máximo, partiendo del famoso prólogo del Evangelio de Juan en que el evangelista identifica a Cristo con el Lógos de Dios, elabora una teoría que es novedosa, tanto en el ámbito teológico como en el filosófico. La novedad estriba en que, para él, los lógoi -algo parecido a las ideas platónicas, pero en una cosmovisión muy diferente- son voluntades de Dios. En este sentido, los lógoi no son entendidos ya como pensamientos de Dios -cosa habitual en el medioplatonismo-, sino directamente como voluntades de Dios. La filosofía de San Máximo no es intelectualista, sino voluntarista.

San Máximo nos enseña que hay un lógos para cada ser creado, ya sea universal o particular. Esto es, Dios crea las cosas con una voluntad; el hecho de que cada ser exista es voluntad de Dios. Partiendo de que el Lógos es Cristo, Máximo señala que hay una doble relación: por un lado, Cristo está en todos los seres en forma de lógos particular, y por otro todos los seres están en Cristo, que es el Lógos de los lógoi. De modo que, al ser cada lógos la voluntad de Dios para con el ser correspondiente, el lógos es para cada ser su sentido mismo. El lógos es el sentido de la existencia de cada ser. 

Puede entenderse ahora el carácter existencial de la filosofía maximiana: la existencia tiene un sentido que hay que descubrir.Y hay que descubrirlo en dos dimensiones: en la comunidad de la naturaleza humana y en la particularidad de las personas. Por un lado, Dios da a los hombres una misión única, que es la unificación de todas las polaridades del ser: trascender la división entre hombre y mujer, bien mediante el matrimonio, bien mediante la práctica ascética; convertir esta tierra inhóspita en el paraíso mediante la acción amorosa en el mundo; unir el cielo y la tierra en la contemplación y la meditación; unir el mundo inteligible y el mundo sensible, purificando lo sensible y sensibilizando lo inteligible; y, finalmente, mediante el amor y sólo con el concurso de la gracia divina, dejarse abrazar por Dios, convirtiéndose en hombres santos así como Dios se hizo hombre. Además, todos los hombres estamos llamados por igual (tal es la voluntad -lógos- de Dios) a desarrollar cuantas capacidades humanas dispongamos: conservar el ser, vivir en constante alegría, tendiendo siempre al bien, a la belleza y a la verdad.

Por otro lado, Dios tiene una voluntad para cada ser particular. Dicho de otro modo: Dios se ha expresado voluntariamente de un modo particular en cada ser particular. Todos tenemos una misma misión, descrita brevemente en el anterior párrafo, pero cada uno lo hace a su manera. La misión es la misma para todos, pero el modo de llevarla a cabo es necesariamente diferente. Para explicar este hecho, San Máximo usa la expresión "modo de existencia" (τρόπος τὴς ὑπάρξεος): todos somos igualmente humanos, pero todos somos diferentes según nuestro modo de existencia. Todos estamos igualmente llamados a ser felices, pero cada uno a su manera. El fin es el mismo; el modo, diferente. El modo de existencia es definido constantemente por las decisiones y las acciones libres, por las inclinaciones de su libre voluntad. Y es el sujeto el que libremente debe descubrir el sentido de su existencia, su propia vocación, y cumplirla, pues no sólo su cumplimiento, sino el desarrollo y el camino mismo en el sentido, es lo que lleva al hombre a la verdadera felicidad.

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